La tesis del progreso indefinido (…) topa con la contradicción
siguiente: si el hombre ha podido vivir durante milenios bajo el dominio de errores y necedades — suponiendo que las tradiciones no sean sino eso, y entonces el error y la necedad serían casi inconmensurables —, la inmensidad del engaño sería incompatible con la inteligencia que se atribuye al hombre como tal y que obligadamente se le ha de atribuir; dicho de otro modo, si el hombre es lo bastante inteligente para llegar al «progreso» que nuestra época encarna — suponiendo que sea una realidad —, a priori es demasiado inteligente para haberse dejado engañar, durante milenios, por errores tan ridículos como los que el progresismo le atribuye; pero si, por el contrario, el hombre es lo bastante tonto para haber creído en ellos durante tanto tiempo, también es demasiado tonto para salir de ellos.
O incluso: si los hombres actuales hubiesen llegado finalmente a la verdad, habrían de ser superiores en proporción a los hombres de antaño, y tal proporción sería casi absoluta; ahora bien, lo menos que puede decirse es que el hombre antiguo — medieval o de la Antigüedad — no era ni menos inteligente ni menos virtuoso que el hombre moderno, lejos de ello. La ideología del progreso es uno de esos absurdos que llaman la atención por la falta tanto de imaginación como de sentido de las proporciones; es, por lo demás, esencialmente una ilusión de vaishya, un poco como la «cultura», que no es otra cosa que una «intelectualidad» sin inteligencia.
Schuon, Sobre los Mundos Antiguos, Taurus, 1980.