y el mensaje de la Filosofía Perenne

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El hombre que ama a Dios vive en el Interior

El hombre que “ama a Dios” es aquel que “vive en el Interior” y “hacia el Interior”, es decir, que permanece inmóvil en su interioridad contemplativa -en su “ser” si se quiere- mientras camina hacia su Centro infinito. La inmovilidad espiritual se opone aquí al movimiento sin fin de los fenómenos externos, mientras que el movimiento espiritual se opone en cambio a la inercia natural del alma caída, al “endurecimiento del corazón” que debe ser curado por la “gracia” y por el “amor”, es decir, cuyo remedio es todo lo que ablanda, transmuta y trasciende el ego.


Schuon, Las Perlas del Peregrino, Olañeta, España, 1990.

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Lo único que se impone

Anandamayi Ma (1896-1982).

Yo soy yo mismo, y no otro; y yo estoy aquí, tal como soy; y esto sucede ahora, forzosamente. ¿Qué debo hacer? Lo primero que se impone, y lo único que se impone de manera absoluta, es mi relación con Dios. Me acuerdo de Dios, y en este recuerdo y por el todo está bien, porque es el de Dios. Todo lo demás está en sus manos.


Frithjof Schuon, Las Perlas del Peregrino, Onañeta, 1990.

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La respuesta más decisiva a la cuestión de la predestinación

La vida de un hombre y, por extensión, todo su ciclo individual del que esta vida y la condición de hombre misma no son más que modalidades, está efectivamente contenida en el Intelecto divino como un todo finito, es decir, como una posibilidad determinada que, siendo lo que es, no es en ninguno de sus aspectos otra cosa que ella misma, porque una posibilidad no es otra cosa que una expresión de la absoluta necesidad del Ser; y es de aquí de donde vienen la unidad y la homogeneidad de toda posibilidad, que es por consiguiente lo que no puede no ser.

Los dos grandes momentos

Santa Bernadette de Lourdes (1844-1879).

Hay dos momentos en la vida que lo son todo, y son el momento presente, en el que somos libres de elegir lo que queremos ser, y el momento de la muerte, en el que ya no tenemos ninguna elección y en el que la decisión es de Dios. Ahora bien, si el momento presente es bueno, la muerte será buena; si estamos ahora con Dios — en este presente que se renueva sin cesar, pero que siempre es este único momento actual —, Dios estará con nosotros en el momento de nuestra muerte. El recuerdo de Dios es una muerte en la vida; será una vida en la muerte.


Frithjof Schuon, Las Perlas del Peregrino, Olañeta, España, 1990.

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El icono transmite una fuerza beatífica que le es inherente

Nuestra Señora de Czestochowa.

La mayor parte de los modernos que creen comprender al arte están convencidos de que el arte bizantino o románico no tiene ninguna superioridad sobre el arte moderno, y de que una Virgen bizantina o románica no se parece más a María que las imágenes naturalistas, sino al contrario; la respuesta es, sin embargo, fácil: la Virgen bizantina — que tradicionalmente se remonta a San Lucas o a los Angeles — está infinitamente más cerca de la realidad de María que la imagen naturalista, que es siempre forzosamente la de otra mujer, porque, una de dos: o bien se presenta una imagen de la Virgen absolutamente parecida desde el punto de vista físico, en cuyo caso sería necesario que el pintor hubiese visto a la Virgen, condición que, con toda evidencia, no podría ser cumplida — abstracción hecha de que la pintura naturalista es ilegítima —, o bien se
presenta un símbolo perfectamente adecuado de la Virgen, en cuyo caso la cuestión del parecido físico, sin quedar absolutamente excluido, no se plantea ya de ningún modo.

El santo y el héroe son casi puros símbolos

Santa Teresa de Lisieux (1873-1897).

En la Edad Media no había más que dos o tres tipos de grandeza: el santo y el héroe; también el sabio, y después en menor escala y como por reflejo el pontífice y el príncipe; el «genio» y el «artista», estas grandezas del universo laico, no habían nacido todavía.

El sueño del ego y la vigilia del alma inmortal

Mulay ‘Ali ad-Darqawi, maestro sufí marroquí. Foto de Titus Burckhardt.

La santidad es el sueño del ego y la vigilia del alma inmortal, del ego nutrido de impresiones sensoriales y lleno de deseos, y del alma libre, cristalizada en Dios. La superficie móvil de nuestro ser debe dormir y, por consiguiente, retirarse de las imágenes y los instintos, mientras que el fondo de nuestro ser debe velar en la consciencia de lo Divino e iluminar así, como una llama inmóvil, el silencio del santo sueño.

Schuon, Las Perlas del Peregrino, Olañeta, España, 1990.

El Conocimiento es purificador y redentor

What are some intriguing and baffling stories you have heard of people's  experiences with Chandrashekarendra Saraswati (the late 68th Shankaracharya  of the Kanchi Kamakoti Peetham)? - Quora
Jagadguru Shri Chandrasekharendra Saraswati Mahaswamigal (1894-1994).

Si la fe en el sentido corriente del término se considera una virtud, lo que muestra que no es algo intelectual, es evidente que la certeza implicada por un conocimiento, puesto que lleva su fruto en sí misma, no puede ser meritoria, como tampoco lo es cualquier evidencia adquirida por las facultades sensibles; pero esto no le quita en absoluto al Conocimiento su cualidad “paraclética”, purificadora y verdaderamente “redentora”, idea que por lo demás está contenida en el concepto de la “fe que salva”.

Las religiones no pueden reformar al hombre colectivo

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Las religiones pueden reformar al hombre individual si éste lo consiente — y la religión nunca tiene por función suplir la ausencia de este consentimiento —, pero nadie puede cambiar a fondo esta «hidra de mil cabezas» que es el hombre colectivo, y por esto semejante idea nunca ha constituido la intención de ninguna religión; todo lo que la Ley revelada puede hacer es poner un dique al egoísmo y a la ferocidad de la sociedad canalizando mal que bien sus tendencias. El fin de la religión es transmitir al hombre una imagen simbólica, pero adecuada, de la realidad que le concierne, conforme a sus necesidades reales y a sus intereses últimos y suministrarle los medios para superarse y realizar su destino más elevado; y éste no podría ser de este mundo, teniendo en cuenta la naturaleza de nuestro espíritu.

La belleza deriva de la verdad espiritual

El arte sagrado ignora en gran medida la intención estética; la belleza deriva ante todo de la verdad espiritual, deriva, pues, de la exactitud del simbolismo y de la utilidad para el culto y la contemplación, y, sólo a continuación, de los imponderables de la intuición personal; de hecho, la alternativa no podía plantearse. En un mundo que ignora la fealdad en el plano de las producciones humanas — o, dicho de otro modo, el error en la forma —, la cualidad estética no puede ser una preocupación inicial; la belleza está en todas partes, comenzando por la naturaleza y el propio hombre.

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