El sol, al no ser Dios, debe prosternarse todas las tardes ante el trono de Allâh; es lo que se dice en el Islam. Del mismo modo: Mâyâ al no ser el Âtmâ, no puede afirmarse más que de una manera intermitente; los mundos brotan de la Palabra divina y regresan a ella.

La inestabilidad es el tributo de la contingencia; plantear la pregunta de saber por qué habrá un fin del mundo y una resurrección, equivale a preguntar por qué una fase respiratoria se detiene en un momento preciso para ser seguida por la fase inversa, o por qué una ola se retira de la orilla después de haberla sumergido o también por qué las gotas de un chorro de agua vuelven a caer a tierra.

Somos posibilidades divinas proyectadas en la noche de la existencia, y diversificadas a causa de esta misma proyección, como el agua se dispersa en gotas cuando se lanza en el vacío y también como se cristaliza cuando es cogida por el frío.


Schuon, Miradas a los Mundos Antiguos, “Sobre las huellas de Mâyâ“, Olañeta, España, 2002.

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