Frithjof Schuon

y el mensaje de la Filosofía Perenne

La más grande de las virtudes es la verdad en cuanto es vivida

El Cheikh Mohammed Ibn Al-Tâdilî.

La humildad, como es sabido o se debería saber, tiene su origen en nuestra total dependencia de Dios; resulta normalmente de esta consciencia un sentido de las proporciones siempre alerta, que nos impide tanto sobreestimarnos como subestimar a otro. Ahora bien, es preciso frenar, por supuesto, no esta virtud, sino su posible exceso; y se la frena por la virtud complementaria, la veracidad, que nos recuerda que ninguna virtud tiene derecho a ir contra la verdad y que, por consiguiente, nos incita a no sobreestimar a nadie y a no subestimamos cuando la diferencia de valores es evidente. Un maestro de escuela debe notar que tal muchacho está más dotado que él, pero no puede creer que él, maestro y adulto, es más ignorante y menos experimentado que el muchacho.

Una observación análoga es aplicable a la sinceridad, que consiste en ser lo que se expresa y en expresar lo que se es; aquí también hay una virtud que frena la interpretación torcida y el exceso, y es la prudencia. Porque la sinceridad no nos obliga a entregar a otros lo que les supera o lo que no les concierne, o lo que no les resulta de ninguna utilidad, sino que les perjudica; en una palabra, lo que ellos no desean conocer si son hombres de bien. (…)

Si las expresiones elípticas se comprendiesen fácilmente, diríamos de buena gana que la más grande de las virtudes es la verdad; la verdad, en cuanto es vivida, no solamente pensada, y en cuanto se convierte dentro de nosotros en el sentido de lo sagrado y la adoración.

Schuon, El esoterismo como principio y como vía, Olañeta, 2003, pp. 150-151.

La caridad es hacer don de Dios a Dios

San Juan Bosco (1815-1888).

La caridad es, en el fondo, hacer don de Dios a Dios, mediante el ego y a través de los seres. Comunica una bendición, cuya fuente es Dios; y la comunica al prójimo, que en cuanto objeto de amor hace las veces de Dios.

Al dar Dios al prójimo nos damos nosotros mismos a Dios.

Schuon, Perspectivas espirituales y hechos humanos, Olañeta, 2001, p. 208.

La tesis del progreso es contradictoria

“El hombre de antaño no era menos inteligente que el hombre moderno, lejos de ello”.

La tesis del progreso indefinido (…) topa con la contradicción
siguiente: si el hombre ha podido vivir durante milenios bajo el dominio de errores y necedades — suponiendo que las tradiciones no sean sino eso, y entonces el error y la necedad serían casi inconmensurables —, la inmensidad del engaño sería incompatible con la inteligencia que se atribuye al hombre como tal y que obligadamente se le ha de atribuir; dicho de otro modo, si el hombre es lo bastante inteligente para llegar al «progreso» que nuestra época encarna — suponiendo que sea una realidad —, a priori es demasiado inteligente para haberse dejado engañar, durante milenios, por errores tan ridículos como los que el progresismo le atribuye; pero si, por el contrario, el hombre es lo bastante tonto para haber creído en ellos durante tanto tiempo, también es demasiado tonto para salir de ellos.

Gnosis Cristiana

Icono, siglo VI, Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí.

El Cristianismo consiste en que “Dios se ha hecho lo que nosotros somos, para que devengamos lo que El es” (San Ireneo); consiste en que el Cielo se ha vuelto tierra, con el fin de que la tierra se vuelva Cielo.

Cristo redibuja en el mundo exterior e histórico lo que tiene lugar, desde toda la eternidad, en el mundo interior del alma. En el hombre, el Espíritu puro se hace ego, con el fin de que el ego devenga puro Espíritu; el Espíritu o el Intelecto (Intelectus, no mens o ratio) se hace ego encarnándose en el mental bajo la forma de intelección, de verdad, y el ego deviene Espíritu o Intelecto uniéndose a este.

Subir una montaña debería ser un acto espiritual

Indio sioux en oración. (Edward S. Curtis, 1907)

Para los hombres de la edad de oro, subir a una montaña era realmente acercarse al Principio; mirar un río era ver la Posibilidad universal al mismo tiempo que el flujo de las formas.

En nuestros días, ascender a una montaña — ¡y ya no hay ninguna que sea “centro del mundo”! — es “vencer” su cumbre; la ascensión ya no es un acto espiritual, sino una profanación. El hombre, en su aspecto de animal humano, se hace Dios. Las puertas del Cielo, misteriosamente presentes en la naturaleza, se cierran ante él.

Schuon, Perspectivas espirituales y hechos humanos, Olañeta, 2001, p. 63.

La sexualidad puede revestir un carácter meritorio

Radha e Krishna, página do Gita Govinda, Kangra, c. 1820.

La transparencia metafísica de las cosas y la contemplatividad que responde a ella hacen que la sexualidad, en su marco de legitimidad tradicional – es decir, de equilibrio psicológico y social –, pueda revestir un carácter meritorio, lo que, por lo demás, la existencia de dicho marco muestra de antemano; en otros términos, no sólo cuenta el goce – aparte la preocupación por la conservación de la especie –, existe también su contenido cualitativo, su simbolismo a la vez objetivo y vivido.

La base de la moral musulmana es siempre la realidad biológica y no un idealismo contrario a las posibilidades colectivas y a los derechos innegables de las leyes naturales. Pero esta realidad, aún constituyendo el fundamento de nuestra vida animal y colectiva, no tiene nada de absoluta, pues somos criaturas semicelestiales; siempre puede ser neutralizada en el plano de nuestra libertad personal, pero no abolida en el de nuestra existencia social.

Lo que hemos dicho de la sexualidad se aplica analógicamente – sólo desde el punto de vista del mérito – al alimento: como en todas las religiones, en el Islam comer demasiado es un pecado, pero comer con mesura y con gratitud hacia Dios, no sólo no es un pecado, sino que incluso es un acto positivamente meritorio. Sin embargo, la analogía no es total, pues el Profeta «amaba las mujeres», no «la comida». El amor a la mujer está aquí en relación con la nobleza y la generosidad, sin hablar de su simbolismo puramente contemplativo, que va mucho más lejos. 

Schuon, Comprender el Islam, capítulo 1, José Olañeta Editor, 2009.

El alquimista transforma el plomo en oro

El alquimista transforma el plomo en oro: extrae de la naturaleza vil y pesada la esencia nobre y resplandeciente, el intelecto puro, que a priori se encuentra sepultada bajo el peso vil de la naturaleza caída.

“Es Dios en nosotros quien quiere ser liberado”

Sri Chandrasekharendra Saraswati Mahaswamigal (1894 – 1994).

Hay, sin duda, verdades y actitudes espirituales que no son accesibles a toda inteligencia a la vez que son excelentes e incluso necesarias para ciertos hombres; tanto si se las quiere llamar “esotéricas” como de otro modo, su existencia está en la naturaleza de las cosas.

Negar el esoterismo—y es la cosa, no la palabra, lo que importa—es negar que hay valores espirituales que no todo hombre puede comprender; decir que esta incomprensión es un criterio de inutilidad es sacrificar la verdad a la oportunidad.

Las doctrinas esotéricas, lejos de ser un lujo, responden, al contrario, a imperiosas necesidades de causalidad; la finalidad espiritual que consideran corresponde a la aspiración más profunda del ser: es Dios en nosotros quien quiere ser liberado.

Schuon, Perspectivas Espirituales y Hechos Humanos, Olañeta, 2001, pp. 100-101.

Somos posibilidades divinas proyectadas en la noche de la existencia

El sol, al no ser Dios, debe prosternarse todas las tardes ante el trono de Allâh; es lo que se dice en el Islam. Del mismo modo: Mâyâ al no ser el Âtmâ, no puede afirmarse más que de una manera intermitente; los mundos brotan de la Palabra divina y regresan a ella.

La inestabilidad es el tributo de la contingencia; plantear la pregunta de saber por qué habrá un fin del mundo y una resurrección, equivale a preguntar por qué una fase respiratoria se detiene en un momento preciso para ser seguida por la fase inversa, o por qué una ola se retira de la orilla después de haberla sumergido o también por qué las gotas de un chorro de agua vuelven a caer a tierra.

Somos posibilidades divinas proyectadas en la noche de la existencia, y diversificadas a causa de esta misma proyección, como el agua se dispersa en gotas cuando se lanza en el vacío y también como se cristaliza cuando es cogida por el frío.


Schuon, Miradas a los Mundos Antiguos, “Sobre las huellas de Mâyâ“, Olañeta, España, 2002.

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Nuestra libertad actual de escoger a Dios

Shrî Ramakrishna Paramahansa (1836-1886).

En la dimensión temporal que se extiende ante nosotros no hay más que tres certidumbres: la de la muerte, la del Juicio y la de Vida eterna. No tenemos ningún poder sobre el pasado e ignoramos el porvenir; para el porvenir no tenemos más que estas tres certidumbres, pero poseemos una cuarta en este mismo momento y es la que es todo: la de nuestra actualidad, nuestra libertad actual de escoger a Dios, y así todo nuestro destino.

En este instante, en este presente, tenemos toda nuestra vida, toda nuestra existencia: todo es bueno si este instante es bueno y si sabemos fijar nuestra vida en este instante bendito; todo el secreto de la fidelidad espiritual es permanecer en este instante, renovarlo y perpetuarlo por la oración, retenerlo por el ritmo espiritual, colocar en él todo el tiempo que se vierte sobre nosotros y que corre el riesgo de arrastrarnos lejos de este «momento divino».

La vocación del religioso es la oración perpetua, no porque la vida sea larga, sino porque no es más que un momento; la perpetuidad — o el ritmo — de la oración demuestra que la vida no es más que un instante siempre presente, al igual que la fijación espacial en un lugar consagrado demuestra que el mundo no es más que un punto, pero un punto que al pertenecer a Dios está por todas partes y no excluye felicidad alguna.


Frithjof Schuon, Miradas a los Mundos Antiguos,
“Universalidad y actualidad del monaquismo”, Olañeta, España, 2004.

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